Buenos Aires es
una ciudad encantadora que esconde secretos y misterios en cada uno de sus cien
barrios. Si uno observa un mapa de la ciudad, va a registrar una cantidad pero
si recorre la misma a pie, no le van a quedar dudas de esa cifra centenaria.
Buenos Aires esconde monstruos, puertas a los siete infiernos de Dante, fantasmas y estaciones de subte olvidadas
donde se pueden ver espectros que esperan
un vagón que nunca llega, casas embrujadas y hasta alguna casona y
castillo escondido con maldición y todo.
Tal vez sus secretos mejor guardados sean sus calles,
sus esquinas. Su carácter de vox populi las esconde a plena vista, con sus
historias terrenales y del más allá. Las calles son las guardianes
incorruptibles, infranqueables, de las historias.
Una calle se eleva sobre todas las otras en su
labor.
Se encuentra en
el barrio de Colegiales, a unos pasitos de Cabildo y Aguilar. Si
agarra por está última hacía el lado de Las Heras, esta calle es la primera
paralela a Cabildo. Si llega a Vuelta de obligado, hágale caso a la calle y
pegue la vuelta. Se pasó. Es un pasaje: una cuadra no muy larga y bien
angosta. Para no equivocarse busque una
vieja casona que domina el paisaje con sus rostros en los capilares de las
columnas, pero haga lo que haga, por favor, no mire a los ojos de esos rostros
o pasará a decorar la casa dejando libre a su captor y antiguo capturado. Si
logra contener su curiosidad y camina por el adoquinado a mitad de cuadra, va a
encontrarse con un limonero que señala una antiquísima casa de adobe que, pese
a su aspecto, se mantiene en óptimas condiciones. Un gaucho todavía habita en ella y si se deja
invitar unos mates, pelará una vihuela y le contará su historia, que tal vez ya
conozca. Dos casas más allá, casi llegando a Palpa, encontrarán a una vieja mujer
jorobada, que siempre está sentada en la puerta de su casa tomando mate sin
importar la hora. No habla casi nunca. Nunca dice una palabra hasta que algún
desprevenido se para frente a ella y le advierte que no la mire a los ojos,
pero para ese entonces ya es demasiado tarde.
La muerte, inevitable, se
encontrará más cerca que antes de entrar
a esa calle. Pero si logra no la mirarla a los ojos su vida se extenderá por décadas.
Allí también encontrará un viejo bodegón atendido por, una hermosa
pareja dónde lo efímero se vuelve eterno y lo que nunca pudo ser, se vuelve
real entre las tazas de su exquisito
café.
Por supuesto, la
calle no tiene nombre y si la busca en los mapas no la va a encontrar. Pero ahí
está, esperándolo. El secreto es ir por
la zona sin pensar en esta calle, algo que no va a lograr luego de haber leído
este texto. Al fin y al cabo hasta los guardianes necesitan ser cuidados.
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