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Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos.

Rayuela, capitulo 93, Julio Cortazar
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sábado, 22 de junio de 2013

El relato de los viernes: El príncipe y la cenicienta.

            Tan  confiado estaba en que ella se quedaría con él para siempre jamás que ni le había preguntado el nombre. O sea ¿Cuántas veces, en la vida del príncipe heredero del mayor imperio que haya conocido la humanidad, podía cruzarse con la doncella de su vida en una fiesta repleta de pretendientes poco interesantes? Al menos dieciséis. Diecisiete si contamos aquella ocasión en que resulto ser un… dejémoslo ahí. El príncipe no quiere hablar de eso. Pero ¿en cuántas de esas ocasiones la doncella se había ido corriendo al reloj tocar las doce, justo antes de la fiesta carioca? Sólo una. “¡Inaudito! ¡Inaceptable! ¡Inad… Inad…Inad…!” intentó gritar el príncipe. “Inadmisible…” le susurro al oído una pretendiente que se negaba a aceptar el rechazo. “¡Eso!” gritó el príncipe, rindiéndose ante la idea de poder pronunciar algunas palabras demasiado complicadas.

            En ese momento fue cuando un guardia le señalo, alarmado, un objeto que brillaba en el suelo. Era un zapato de cristal, pero no cualquier zapato de cristal, no, era el de la doncella que había hechizado al príncipe con sus rulos negros, sus ojos adornados con largas pestañas y un vestido azul que insinuaba un poco menos de lo que mostraba. El príncipe corrió hacia aquel zapato pensando que podía ser la solución para sus problemas: “Aquella muchacha a la que le entre este zapato, será mi princesa” exclamó. Como es evidente, no tenía una gran memoria visual, al menos no podía distinguir las caras de las distintas mujeres que solían ocupar su vida… y sus manos. Tampoco era muy listo,  como lo demostró sutilmente el zapatero imperial que justo pasaba por allí. “¡Pero no seas bruto, por Dios!” Así, a ojímetro no más, te digo que ese zapato es un 37… 37 y medio… ¿sabes cuantas mujeres usan ese talle en el reino?” “un 72% aproximadamente” dijo el estadista oficial, que surgió detrás del zapatero. “Gracias” dijo el primero.  “De nada” le contestó el último, con una reverencia.”¡Qué les corten la cabeza!” gritó el príncipe por completo enojado. Solución que usaba su abuela para todos sus problemas.

            La fiesta continuó, el príncipe ahogo sus penas llevando a algunas damas de compañía a sus imperiales aposentos. Tras una noche de lujuria, agotadora para el heredero al trono, fingida para ellas, todos esperaban que se hubiese olvidado de la enigmática mujer. Pero no, al despertarse se encontró pensando en ella. Tal era su obsesión que no lograba prestarle atención a las palabras de los consejeros reales que intentaban advertirle algo que parecía de suma importancia, pero lejano ante la imagen de aquella belleza.

            Necesitaba encontrarla ¿pero cómo? Llamó a muchos especialistas, magos, adivinos, al servicio secreto de su majestad imperial, incluso a Jorge Rial. Se planearon más fiestas y se empezaron a buscar dobles para distraer al príncipe, que suspiraba y suspiraba por su amor perdido.  “No escatimaré en gastos hasta encontrarla” sentenció en una transmisión de cadena nacional.

            “Gastos, su majestad, gastos. De eso quiero hablarle hace días y semanas” fue escuchado al fin el consejero de la moneda. “Sí, gastos. Gastaremos todo lo que sea necesario de mi infinita fortuna”. “Bueno, señor, es que de eso se trata. Su infinita fortuna ya no es tan infinita”.  La información, que tardó unos 30 segundos en llegar al cerebro del príncipe, casi le da un sincope, corrió hacia la biblioteca, movió los libros correspondientes, camino por el pasillo correcto del laberinto y bajó las escaleras de “incontables escalones” y por fin llegó a la bóveda del tesoro que lucía considerablemente reducido y presentaba un poco fuera de moda boquete.  El consejero de la moneda le entregó una nota:

            “Querido príncipe, muchas gracias por el baile, realmente no hacía falta que lo distrajera, pero fue divertido. Mientras nos entreteníamos meneando las caderas mis compañeras se encargaron de vaciar gran parte de su tesoro. No se gaste (¿Entiende el chiste?), no volveremos a encontrarnos.

            Sinceramente no suya.


La cenicienta y su banda”

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