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Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos.

Rayuela, capitulo 93, Julio Cortazar
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martes, 23 de abril de 2013

El relato de los viernes: Ida y vuelta

Aunque el mortero había explotado bastante lejos de él una esquirla perdida le había atravesado el tobillo, rompiéndole los tendones. Estuvo los últimos meses hospitalizado, mucho más de lo necesario para darle el alta por su pie y ni hablar del corte profundo que se hizo en la frente al caer. Pero su caso había quedado perdido entre los papeles y la burocracia y el tiempo pasó lento. Ahora se encontraba sentado en un tren camino a su pequeño pueblo natal rascándose la cicatriz de la frente que no dejaba de latirle. Se encontraría con los brazos y lágrimas de su madre y  la mirada, por fin orgullosa de su padre.
            John Smith no era lo que uno diría precisamente un lindo pibe, más bien todo lo contrario. Sus orejas eran demasiado grandes y su nariz demasiado pequeña, sus ojos estaban un algo juntos y si uno prestaba atención, se daba cuenta que no miraban para el mismo lado, lo cual ayudaba a poner incómodos a los demás  cuando lo observaban. La cicatriz en la frente no ayudaba a embellecerlo, encima cada vez que se ponía nervioso se pasaba el dedo por allí para tranquilizarse, darse suerte, decía. Todo eso se vio modificado al llevar con honra el uniforme de veterano de guerra con su medalla al valor, de la cual estaba más  orgulloso el padre que el hijo. Las mujeres le prestaban más atención, le ofrecían tragos y algunas otros favores, que él nunca se atrevió a declinar. Por respeto, por supuesto. Lo cierto es que también tenía ayuda de los demás jóvenes del pueblo. Casi no había ninguno. La mayoría estaban en el frente de batalla y a veces la soledad es madre de la necesidad.
            Podemos afirmar que la vida de John Smith no tenía nada para destacar excepto sus orejas. Hasta que una tarde conoció a una muchacha recién llagada al pueblo. Ella, con su simpleza, su cara pecosa y  su cintura rellenita, lo enamoró de inmediato. Era un amor real que superaba cualquier posibilidad de lujuria con chicas más bellas y sensuales. Al poco tiempo se casaron compraron una casa en las afueras y él abrió su propio taller mecánico para grandes vehículos del campo. Les iba muy bien, había comenzado sus estudios de ingeniería antes de la guerra y a eso se dedico mientras estuvo en el frente. La búsqueda del preciado primogénito tampoco represento problema para los Smith, al mes de empezar a buscarlo, ella quedo embarazada y a los nueve meses pasaron dos cosas extraordinarias: Nació Samuel y el mismo día al fin acabó la guerra.
            Esa  noche, ya en su casa, John Smith se miró al espejo al salir de la ducha. Buscaba confirmar cuanto había crecido, ver en él que ya era un padre, un marido, un hombre. Pero lo que encontró le hizo temblar las piernas. Se sintió de nuevo ese joven llorón que seis años atrás había partido hacia otro continente para pelear en una guerra que no entendía. En su frente tenía un corte que el tiempo ya había cicatrizado. Sangraba, si es que eso podía llamarse sangre. Tenía aspecto de gelatina diluida. Le latía la cabeza, como si le hubiesen atravesado la frente con un punzón.   John se pasó la mano por la cicatriz, por su amuleto de la suerte y no encontró nada, su  mano estaba seca, sin rastro alguno de la sangre que veía en su propio reflejo. Estas muy cansado, fue un largo día lleno de emociones se dijo a sí mismo y se fue a dormir. No sin antes detenerse frente al catre y dedicarle varios minutos a deleitarse la vista con el pequeño Samuel. Aún así se durmió con la sensación de que algo era diferente.

            Al otro día lo esperaban más sorpresas. En su taller se encontraba un hombre de gran tamaño y facciones cuadradas. Era el arquetipo del soldado y también su mejor amigo y  comandante, al que había dado por muerto el mismo día que había explotado el mortero que lo mandó a casa. También lo había hecho el enemigo, le contaría más tarde una vez sentados en un banco del taller y compartiendo una petaca.  Le contó que cuando tomaron la trinchera  lo creyeron muerto y lo dejaron entre otros cuerpos. Él  aprovechó la confusión y se fugo tras líneas enemigas. Logró conseguir ropas de civil y refugiarse en un pueblito olvidado hasta por la misma guerra. Su excelente alemán lo ayudó, pero no lograba engañar a nadie, todos sabían de donde provenía. Pero no les importó. Aceptaron su presencia y muy pronto se dieron cuenta que sería de gran ayuda en muchas tareas y sobre todo, en la protección del pueblo. Se encontró tan a gusto allí que se casó con la hija del panadero y cuando la guerra se puso a favor de los aliados se encontró de nuevo del otro lado de las líneas enemigas, sin esperar se puso en contacto con el ejercito y dio parte de vida. A los pocos días la guerra terminó el ya  había llegado la noche anterior  a encontrarse con su mejor amigo y compadre. Se permitieron un momento de sensibilidad de esos que solo se permiten los hombres  cuando nadie los ve. Se abrazaron y lloraron por largo rato. Cuando las lagrimas se secaron, cada uno partió a atender sus obligaciones, uno a su mujer extranjera que a pesar de sus intentos no hablaba una pisca de nada que no fuese alemán y el otro a su hijo recién nacido. Pero antes de irse el comandante le señaló a John la frente. Esa es una herida muy fea, deberías hacértela revisar, le dijo su amigo y John se tocó donde lo señaló y su mano se manchó con una sustancia gelatinosa que no era sangre. Luego vio como su mejor amigo se alejaba hacia al pueblo sin volver la mirada hacia atrás. John sintió que algo se iba con él.
Corrió hacia su casa, subió de a dos en dos los escalones hasta su habitación, y encontró a su mujer dándole de comer a su hijo. Respiró aliviado, pero solo por un instante. Luego se acercó lentamente hasta abrazarla. Quiso besarla pero no pudo, algo extraño pasaba, no era la misma mujer que esta mañana. Sí, estaban sus pecas y su figura redondeada, pero algo había cambiado, ya no podía besarla. Su hijo también parecía diferente. ¿Siempre había sido tan feo? Lo extrañaba que algo tan pequeño y débil pudiera estar vivo. Su mujer lo  abstrajo de sus pensamientos y le dijo que vaya al baño a curarse el feo corte que tenía en la frente. Corrió al baño y allí estaba la herida, más oscura, más viscosa, más gelatinosa. No se tocó, no hacía falta. Estaba seguro que eso no era sangre. Miró de nuevo a su esposa y al pequeño Samuel. Estaba seguro. Era algo vivo…


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