Me
despierto con un leve dolor en el pecho. Envío a los exploradores en busca de
comida. Mi edad y mi posición me permiten quedarme en la comodidad y calor del
refugio, junto con los pocos niños y mujeres. De todas maneras salgo a ver como
caen las primeras nieves del día. Nieve gris, sucia. Nieve muerta. Pero aún así
me recuerda cuando la conocí, cuando me salvó la vida. Me recuerda sus ojos. Una
época lejana en el tiempo pero más real que esta vida acostumbrada a luchar por
sobrevivir. Esa noche estaba muerto de sueño. No sé cuantas cafiaspirinas había
tomado desde la mañana pero seguro fueron más de las recomendables. No contaba
con fuerzas ni ánimo para levantar la taza de té que dejó en la mesa de luz.
Creo que ese fue el momento el mundo se fue a la mierda. Aunque podría haber
sucedido un instante antes o algunos minutos después, no estoy tan seguro. Solo
podía pensar en sus ojos. El día anterior laburé casi hasta la medianoche. La
guita no me sobraba e hice horas extras para poder salir de joda con los pibes.
Cobré el día en mano. No me gustaba
pedir prestado, así que me rompí el lomo por unos mangos más. Hace poco uno de
los exploradores encontró uno de cien en
perfecto estado. Apenas si tenía rota una esquina y llevaba una de esas
inscripciones religiosas que le solían escribir para atraer más dinero. El pibe estaba maravillado. Y yo se lo corté
en pedacitos delante de todos, no podemos permitirnos perder el tiempo con
boludeces. Pero cuando se fueron junte los pedazos y me los guardé. El asunto que empezó supuestamente como una
larga joda con amigos, una noche de pool, escabio y levante, terminó rápido, al
menos la parte de los amigos. Íbamos siempre al mismo bar. Las mesas eran un
asco, los paños estaban rotos y las bandas duras. Pero ahí había más minitas y
cuando jugabas bien, tan bien como nosotros al menos, el levante se hacía más
fácil. En una buena noche no hacía ni
falta encararlas, ellas lo hacían todo. Pero esa noche fue especial. Apenas
jugamos un par de partidos, la vi observándome sin pestañear. Tenía unos ojos tan claros, que podrían ser
de hielo. Me acerqué, hablamos dos o tres palabras y nos fuimos para su
departamento, que quedaba a tres
cuadras. Y esa, era una manera generosa de llamarlo porque la realidad es que
era un sótano, oscuro, con dos pequeños tragaluces como ventanas y ventilación.
Supongo que eso fue lo que me salvo ese día, estar ahí abajo. Ella se movía en la oscuridad con una
seguridad pasmosa, mientras que yo me llevaba por delante cada uno de sus
muebles. Tomó el control de entrada y eso me descolocó. No estaba acostumbrado
aquello y menos a lo que sucedió después. ¿Alguna vez tuvieron un orgasmo sin
acabar? hasta esa noche siempre pensé que era un mito. Esa mujer sabía usar los
músculos internos como ninguna Jamás volví a tener sexo como esa noche.
Inolvidable, esos ojos tan cristalinos, estoy seguro que nunca se vio algo así,
no después de esa mañana. Veo volver a los exploradores, traen algo grande, me
pone feliz por los niños, pero yo no voy a lograr recibirlos, ni probar bocado.
No siento el frio, y mis piernas ya no me sostienen. El cielo es tan gris y feo
como la nieve, excepto ese último copo
que cae sobre mis ojos, cristalino, de hielo.
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