EL NIÑO QUE MIRABA HACIA ARRIBA
Recuerdo que estando
en la primaría me tiraba, cuando no me tocaba jugar, junto a la cancha de
handball donde nos divertíamos con mis compañeros. Me tiraba mirando para
arriba largo rato, sin moverme, solo mirando. Los demás chicos, y algunos
maestros, me preguntaban qué estaba haciendo.
-Nada- les contestaba.
Por
supuesto, era mentira. A veces contestaba otra cosa.
-Observo la naturaleza- o alguna cosa así de
disparatada, para sonar adulto e importante. Sacando lo agrandado, la respuesta
era bastante cierta, la naturaleza me fascinaba, me encantaba.
Pero no era toda la
verdad.
Algo más estaba
haciendo.
Un
poco más grande, cualquiera podía pescarme mirando hacia arriba dentro de una
casa, un local o en el colegio. Y de nuevo me preguntaban ¿Qué estás haciendo?
-Nada –volvía a ser mi respuesta.
Y
era mentira.
A
veces contestaba que intentaba darme cuanta como estaban hechas las cosas, por
donde pasaban las vigas o algo así. Lo cual era cierto.
Pero
no era toda la verdad.
Ya
de adolescente me sorprendían en “babia” mirando la luna y las estrellas.
La respuesta volvía a ser mentira, o solo
verdad en parte.
¿Cuál es la verdad?
La
verdad es que mirando hacia arriba siempre encontré lo que buscaba, así sea en
el techo, en el cielo o en las ramas de los árboles.
Siempre
arriba.
Alto
Muy
alto.
Pero
un día, esperando en una sala celeste como el cielo que tanto me fascinaba,
deje de ser un niño, un adolescente y pasé, quiero creer, a ser un adulto.
Espere un rato
Un largo rato. Y al final la puerta se abrió y
para mi sorpresa me encontré mirando, por primera vez, hacia abajo y descubrí
que aquella verdad no estaba sólo allá arriba, sino que también podía estar
bien cerca de mí, en mis brazos.
Y
cuando miro hacia abajo, cuando los miro en babia y me preguntan qué es lo que
hago, les contesto con la verdad.
-Sueño.
1 comentario:
me encantó!
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